Los títulos "menores" de Woody Allen suelen ser interesantes. No serán las mejores obras del cineasta neoyorquino pero es una clara muestra de que sigue vigente y de que sus historias tienen cierta pegada que resalta la habilidad del director para seguir escribiendo historias. Si todos los Allen menores fuesen así de encantadores, mágicos y especiales, no echaríamos en falta a los mayores.

La película número 47 del gran Woody supone un regreso consciente a esos deseados años 30, que tanto se han prodigado a lo largo de su filmografía, escenario prefecto sobre el que desarrolla esta historia. Una película que rescata el complejo universo de Scott Fitzgerald, adoptando la romántica desolación de los protagonistas en el carnaval que se termina convirtiendo una comunidad de valores tan vacíos como la fama, el dinero, el prestigio o la ambición, superponiéndolos a las más elementales emociones humanas.

Allen nos sumerge en el Hollywood de los años 30, sin renunciar a un regreso a Nueva York, con simpatía, extrayendo algunas sonrisas desde la tranquilidad en la que te sumerge una película que fluye a través de una historia de amor, o tres según se mire.  La música excelente, junto a unos decorados de época te hacen regresar en el tiempo y seguir añorando aquellas estrellas de las películas en blanco y negro que veíamos cuando éramos jóvenes, y que podías intuir en las conversaciones de los magnates que aparecen en la película.

Lo bueno es que a Woody siempre le ha gustado explotar el talento de su elenco y acá lo logra con Kristen Stewart. Luce fenomenal durante toda la película y hace sencillo entender las pasiones que su dulzura enciende. Ya no sorprende el talento de esta actriz, que poco a pocos hace que olvide su protagonismo en Crepúsculo. 
También debo destacar la magistral paleta de colores de Vittorio Storaro en la fotografía, la fórmula de Allen sobre la comedia, que es igual a tragedia más tiempo, encuentra la posibilidad de mostrar un aspecto oscuro y descarnado en la trama, insertando un hilo argumental sobre el por entonces omnipresente mundo del hampa, que curiosamente, parece menos violento, o cuando menos más relajado, que los certeros vaivenes emocionales que expresan sus protagonistas.

Café society no es solamente una comedia romántica. La película también habla de cómo cambiamos con el tiempo, de cómo separarse del dolor no siempre nos lleva a la felicidad y de los recuerdos del amor platónico de juventud. Un film más que agradable, otra carta de amor de Allen a Nueva York, otra hora y algo en la que el director nos hace viajar en el espacio y en el tiempo. 

Dirigida por Woody Allen.